jueves, 28 de marzo de 2013

El arte de la danza


Belén Santa Cruz Díez      Economía-Periodismo

Danza, una de las palabras más bonitas que puedo escribir y leer. Una palabra que con tan solo escucharla me hace feliz y me lleva a un mundo de belleza, esfuerzo, disciplina, libertad y desarrollo personal. Un término que nada se valora, mucho se critica y nada se entiende. Afortunadamente, la danza entró en mi vida, me secuestró y nunca me dejará escapar. Algo que no me importa, sino que agradezco eternamente. Algunos dirían que eso es el síndrome de Estocolmo, es decir, el amor por el secuestrador. Si, la danza ha sido el secuestrador de mi persona y yo le estaré eternamente agradecida. Me atrapó, me cautivó y, sobre todo, me ayudó a mejorar como persona.
                                



  Por estos motivos quiero dedicar esta entrada a una de las grandes artes que existe desde que el hombre es hombre. A la disciplina que te lleva de la felicidad a las lágrimas, del dolor a la relajación, de la rendición a la superación. Sentimientos que se pueden experimentar de muchas maneras pero que la danza intensifica  y, os aseguro, que los hace mucho mejores de lo que ya de por sí son los sentimientos humanos. Y lo sé porque todavía me acuerdo del día en que me puse mis primeras zapatillas de ballet. Un gesto simple que me hizo sonreír y que, aunque hayan pasado quince años, nunca olvidaré esa sensación de ilusión, novedad y miedo. Pocas cosas en la vida se recuerdan con tanta nitidez; solo las importantes. Por ello, os animo a que descubráis este mundo de libertad y expresión que te aleja de la realidad para volver a ella llena de energía y fuerza.
  Qué mejor que una definición simple pero precisa de los que es bailar. La danza es arte. Una disciplina en la que el movimiento del cuerpo se convierte en expresión, sentimientos e información. La danza, y queriendo recalcar este aspecto dada nuestra vocación periodística, es una forma de comunicación no verbal a través del cuerpo, de la expresión, de la tensión corporal…Un conjunto de factores que convierten al bailarín en un comunicador, en un contador de historias 
  Muchas personas no ven en la danza más que simples movimientos o, como mucho,  “saltarines” y chicas “elásticas” contando clásicos como La Bella Durmiente o El lago de los cisnes. Una pena si interpretamos así la danza. Me gustará ir más allá, es más, debemos alejarnos de esa triste y simple concepción de la danza.
-¿ Qué tipo de danza prefieres? , me preguntó
-El ballet, sin duda alguna
-Oh, tutús, dulzura, suavidad…
-Eso no es danza-  respondí
  Y esa es siempre mi respuesta cada vez que me encuentro en esta situación. Porque es el principal problema que abarca este arte: el no entender su dimensión y profundidad llevan a una visión superficial y populachera del mismo. Identificar el ballet con suavidad ya es, de por sí, una incoherencia. Una disciplina que exige un entrenamiento de años, desde pequeños, y la renuncia a otro tipo de actividades puede ser de todo menos suave. Como el más duro de los deportes, cada músculo se entrena a la perfección. Cada movimiento debe ser exacto, preciso, sin una mínima posibilidad de error.
  Una persona, cuando se dedica a la danza, lo último que busca es aprender a mover su cuerpo o a contar una historia con él. Es ahí donde quería llegar: el fin explícito de la danza puede ser el movimiento corporal bello y preciso, pero el fin implícito es mucho más amplio y, sobre todo, reside en la personalidad de cada individuo. Para alguien puede ser expresar rabia, para otro gritar a quienes  nunca le escuchan o, por ejemplo, evadirse de la cruda realidad. Es este fin implícito el que debemos, y os invito a todos a que lo intentéis, descubrir. Porque no sirve con ir a bailar y aprenderse los pasos o ir a una teatro y entender la historia que cuentan esos grandes bailarines que tan raros movimientos hacen. Hay que superar esa barrera. Dejarse llevar por cada movimiento y ver en él alegría, tristeza, debilidad, fortaleza. Ver expresión, sentimientos, informaciones indirectas. Lo mismo si ves danza como si la practicas. Porque hay que dejar que el cuerpo se convierta en la “boca que todo lo dice”.

  Para explicar esta cuestión me centraré en el mejor de los ejemplos: el ballet clásico. Más de ocho horas al día de entrenamiento, esfuerzo, decepciones, sueños rotos e ilusiones. Porque la danza clásica, un arte infravalorado e incomprendido, no es más que esfuerzo y lucha. Es caerse y levantarse una y mil veces hasta que el movimiento consigue la colocación perfecta. Es repetir cada paso hasta que las piernas no aguantan más y tu cuerpo te pide descansar; aún así debes decirle que siga hacia adelante. El ballet, y como la mayoría de las danzas, es escuchar una y otra vez correcciones y defectos a tus movimientos pero, a su vez, significa superarse día tras día y dar lo mejor que tienes. El ballet, por tanto, se puede definir como el mejor ejercicio de autodisciplina y superación personal.

  Hagamos, pues, un repaso por la fascinante historia de este arte:

  El ballet surgió hacia el siglo XV como una práctica cortesana y de entretenimiento para la realeza. El pueblo también fue introduciéndose poco a poco en ese espectáculo y dejándose cautivar por él. Sin embargo, este hecho contrasta con la realidad actual en la que el ballet ha quedado bastante alejado del pueblo. En esa etapa renacentista esta danza también se empleó como una forma de expresión para los ciudadanos de una manera indirecta, de tal forma que no pudieran ser acusados de herejía. Es por ello que el ballet fue, durante años, perseguido por la Iglesia.
  Fue en Francia, en el siglo XVIII, cuando el ballet vivió su máximo desarrollo. Unos años en los que se crearon los manuales prácticos de esta danza que debe seguir, estrictamente, unas colocaciones y movimientos determinados. Se creó una técnica perfecta que explotara al máximo las posibilidades del cuerpo humano, dando siempre un margen de posibilidad de mejora. En esta etapa, de hecho, el ballet se consideraba unos de los elementos más importantes para la educación de los jóvenes.


  Se puede observar una gran evolución de la danza clásica desde estos ballet más cortesanos, de orientación teatral dirigidos al público, hasta los grandes ballet rusos del siglo XX, con Marius Petipa como referente principal. Desde esos momentos, el ballet pasó a ser un espectáculo que buscaba la perfección, la belleza y una escenografía en manos de la técnica de los bailarines. Fue el siglo de los grandes ballets como El lago de los cisnes y Cascanueces. Con estos ballets de Petipa y Diaghilev apareció el ballet moderno. Supuso el resurgir de la figura masculina que había sido olvidada, se amplió la capacidad de movimiento con un uso más libre del cuerpo y se concedió más importancia al bailarín como medio de expresividad y emoción. Así, aunque la técnica sigue siendo lo más importante, el ballet incorpora la emotividad y la expresividad propia de otras danzas como es la danza contemporánea del siglo XX o ya las actuales danzas modernas como el hip-hop.
  Durante los años 40 se fundaron en Nueva York dos grandes compañías de ballet que han sentado las bases de lo que es, en la actualidad, toda la danza, tanto la clásica como la moderna: el American Ballet y el New York City Ballet. En los años 50, las compañías rusas (la del teatro Bolshói y el teatro Kírov, por ejemplo) hicieron por primera vez representaciones en Occidente.
Primer bailarín de la compañía de Víctor Ullate
  
  En España hay que destacar la figura de Víctor Ullate, quien fue director del Ballet Nacional de España en 1979 y de Maia Plisiétskaia, directora artística del Ballet Lírico Nacional. Además, Nacho Duato, como director artístico de la Compañía Nacional en 1990, favoreció un cambio innovador en la historia de la compañía, adaptándola a esa nueva liberación del ballet que mencionaba con anterioridad y que la aproxima más a la danza contemporánea.

  Por último, me gustaría resaltar el “Ballet Nacional de Cuba”, fundado y dirigido por Alicia Alonso (de la que dejo un fragmento de una entrevista a continuación) y que, desde mi más humilde opinión es, en la actualidad, el mejor ballet del mundo con bailarines que aúnan la precisión técnica rusa con la expresividad y sentimiento norteamericanos. Una combinación explosiva que ha llevado al ballet cubano a lo más alto.




Alicia Alonso posando como primera bailarina

  He querido centrarme en el ballet porque considero que es el mejor ejemplo de lo que es la danza. Pero también es cierto que, en la actualidad, la disciplina que cumple con una función claramente expresiva es la danza contemporánea. Una danza realmente incomprendida en muchos aspectos, si bien es verdad que sus coreógrafos suelen ser bastante abstractos y dejan que sea la mente del espectador la que construya el significado de su obra.

  Ahí reside lo bonito de la danza: la emoción que un bailarín transmite con su cuerpo es algo íntimo y personal pero que, a la vez, lleva al espectador a un mundo de emociones que él mismo decide cuáles van a ser.
  Un aspecto importante de la danza es que es un arte tan heterogéneo y diverso que permite a cualquier persona sentirse identificada. Hay estilos para todos los gustos o para todas las necesidades físicas o psicológicas. Éstos son los principales estilos de danza:


Danza Clásica o Ballet

Danza española o flamenco
Contemporáneo

Danzas de salón









Hip-hop



Jazz






 
Breakdance












Popping
  Incluso la danza aérea, la natación sincronizada y el patinaje artístico son disciplinas que requieren una formación paralela a la que reciben los bailarines y son consideradas por muchos como estilos de danza propiamente dichos.

  Me despido en esta entrada con un vídeo que resume a la perfección el sentimiento de la danza.






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