domingo, 17 de marzo de 2013

NO TODO VALE


Carmen del Álamo Ruiz
Economía-Periodismo

Existe una postura llamada relativismo cultural que consiste en analizar las culturas dentro de su marco cultural evitando así caer en el etnocentrismo de los que conciben su cultura como superior al resto. El relativismo cultural es llevado al extremo cuando se justifican todo tipo de acciones, situaciones o rituales por ser fruto de una cultura y parte inherente de la misma.

Ante la pregunta de si es posible no ser etnocentrista, creo que resulta muy difícil abstraerse de los valores que has aceptado como propios y con los cuales, de una manera inconsciente, te muestras de acuerdo con ellos, para adentrarte en una cultura diferente con una distinta cosmovisión del mundo. Sin intención de generalizar y a modo de experiencia personal, cuando viajamos a países como Estados Unidos o Inglaterra no podemos evitar sorprendernos de los horarios tan distintos de comidas que tienen a los nuestros. Hemos interiorizado que lo normal (para nosotros) es comer sobre las 2 o las 3 de la tarde y cenar alrededor de las 9 o 10, así que cuando nos vemos “cenando” a las 7 de la tarde, nos parece cuanto menos raro… De este modo, por mucho que queramos evitar caer en el etnocentrismo, siempre aquello que se nos muestra más cercano nos parece lo mejor. Por ejemplo, y no es una cuestión de diferencias culturales, uno en su casa está acostumbrado a comer la tortilla de patata de una manera (“mi madre hace la mejor tortilla de patata del mundo”) y a meter los cubiertos en el lavavajillas de otra. Con todo esto, si en casa de un amigo hacen la tortilla sin cebolla o meten los cubiertos con el filo del cuchillo para arriba, llegarás a hacer comentarios del tipo… “Pues está mejor la tortilla con cebolla. Una tortilla sin cebolla no es tortilla…” o “¿Por qué pones los cuchillos para arriba? Mi madre los pone para abajo que si no te puedes cortar” En resumen, que no hace falta cambiar de país para darse cuenta de que cada uno asume como bueno y “mejor” aquello que le es cercano y ha experimentado. 

El relativismo pone en cuestión los derechos del hombre y eso nos llevaría a pensar que tradiciones como la ablación del clítoris, el canibalismo, la lapidación o la pobreza son rasgos culturales dignos de ser conservados como logros valiosos. Los nativos de estas culturas pueden considerar que estas prácticas son una parte irrenunciable de su identidad cultural y los intentos de combatir estas tradiciones, como actos de imperialismo cultural destinados a destruir su identidad. Estas prácticas y muchas otras atentan contra los derechos más elementales de las personas. Existen unos derechos éticos universales por encima de las construcciones culturales. Por tanto, todas las culturas que mantienen estas prácticas no son dignas de respeto porque no contienen valores defendibles. El respeto por la integridad humana impide respetar cualquier pauta intercultural. 

Un ejemplo de este tipo de prácticas culturales que no contemplamos desde la perspectiva occidental es la poligamia. Es un tipo de matrimonio en que se permite a una persona estar casada con varios individuos al mismo tiempo. El derecho occidental no habilita la poligamia, sino que sólo acepta un único matrimonio a la vez, permitiendo, por lo general, el divorcio. A nuestro parecer, el hecho de que se le permita “por ley” y además se considere una práctica normal y necesaria, al hombre tener a varias mujeres a su servicio, nos resulta denigrante ya que ataca a la dignidad de la mujer infravalorándola a la categoría de “objeto” en una sociedad machista como puede ser la islamista. No se trata de ser etnocentrista por no concebir la poligamia como una práctica normal, si no evitar caer en el relativismo cultural y defenderla por ser parte de una cultura. Se trata de tener una postura crítica, cuyos estándares de “calificación” no son otros que los derechos humanos. En la medida en que una práctica cultural los vulnere, debe ser objeto de denuncia. 

Otro ejemplo es la ablación del clítoris que sufren millones de niñas por el simple hecho de ser mujeres. Según las estadísticas, esta práctica afecta en la actualidad a alrededor de unas 135 millones de mujeres y niñas en el mundo. Se cree que cada vez se practica a niñas con una edad mucho menor quienes sufren la mutilación para evitar que puedan juzgar la práctica por sí mismas al ser mayores. Esta violencia de género, paradójicamente, es apoyada por las mismas mujeres, ya sea porque lo consienten o porque realizan la práctica. Esta mutilación es propia de sistemas de dominación patriarcales en los que es el hombre el que impone y decide lo que debe ser, sometiendo a las mujeres al deber de obediencia. Las afectadas pierden la sensibilidad o mueren desangradas o por infecciones debido a que para el corte se usan cristales, cuchillos u hojas de afeitar.

Pese a estar prohibida, la ablación se realiza en 28 países africanos, algunos de Medio Oriente y Asia, y en más de una docena de países industrializados con población inmigrante a favor de esta tradición. Hay denuncias de que medio millón de mujeres y niñas la han sufrido en Europa en los últimos tiempos, incluso en centros sanitarios.

En ese sentido la mutilación genital femenina no puede considerarse como una práctica justificada y por tanto lícita amparada en ninguna causa de justificación que defienda de esa manera la diversidad cultural. 

El trabajo infantil también se sitúa dentro de estos parámetros que no deben ser justificados por ser parte de una cultura pero que sí son una realidad que bien merece nuestra denuncia y repulsión. 

A modo de conclusión, una cosa es defender la pluralidad cultural y otra muy distinta es intentar justificar una práctica cultural que va en contra de los derechos humanos. Ni el fin justifica los medios, ni todo vale. 





1 comentario:

  1. Para conseguir cambiar algo, antes hay que comprenderlo y ser consciente de ello: de sus pormenores, sus causas, sus consecuencias... todo. Cambiar el mundo no es algo tan sencillo como rebelarse y denunciar una injusticia, pues si así fuera mucho temo que el mundo sería un caos generalizado (sí, a niveles infinitamente superiores a lo que es ahora) en el que nadie entendiera a nadie y nos limitáramos a agredir verbal y físicamente aquello que no aceptamos o comprendemos. La denuncia está bien, es una forma de mente crítica, pero hay que saber cómo y cuándo aplicarla. Si no conocemos unos antecedentes, un contexto, una forma de pensar, un estilo de vida... es totalmente imposible que lleguemos a entender aquellos factores culturales que tan nauseabundos e inhumanos resultan para nosotros; y reitero: si queremos cambiar algo primero hemos de comprenderlo, no vale solo con criticarlo.

    Un estudiante de las sociedadces y de las culturas tiene como mejor baza en su mano ese relativismo cultural al que haces referencia: cada cultura tiene sus características, sus virtudes y sus defectos, y hay que aceptarlos dentro de un contexto que no es el nuestro, sino el suyo. Sí, es impactante hablar de permisividad y comprensión con temas divergentes y conflictivos como el de la ablación o la poligamia, son temas que en nuestra sociedad rozan lo inhumano y muestran un sistema de valores del todo desequilibrado. Pero el punto es: queremos cambiarlo, ¿No? El mal ha de cortarse de raíz, y para llegar a la raíz hemos de imbuirnos en la mente de aquellos que defienden y esgrimen tales formas de actuar. ¿Por qué lo hacen? ¿En qué se basan? ¿Cuáles son los precedentes? Hablar de derechos humanos en sociedades como esa es insustancial, pues muchos de ellos no conoce ni siquiera el significado de la palabra "libertad", mucho menos el de esos derechos humanos que todos y cada uno de nosotros deberíamos tener, por lo que en este caso, la ignorancia si que exime del cumplimiento de lo escrito.

    Para cambiar este tipo de actos, este tipo de costumbres, hay que educar, no en valores cristianos ni, válgame la desgracia, en la cultura occidental y su destructivo sistema capitalista, sino en términos de humanidad, igualdad y justicia. Y con esto ya peco de subjetivo, pues probablemente al preguntarse a todos y cada uno de los ciudadanos de esas culturas negarían y desecharían una vida más justa, libre o cualquier cosa que se les ofreciera que no fuera lo que actualmente tienen, por simple temor a lo desconocido. En eso se basan las fuerzas políticas dominantes de tales tierras: en la ignorancia de sus ciudadanos. Sin embargo, la humana es una raza preparada para la evolución, todo lo que hay que encontrar es el método para llegar a la misma.

    Y de nuevo, reitero mi tesis: para ello es necesaria la objetividad, la comprensión, entrar en esas mentes ajenas que no entendemos de modo alguno. He ahí el poder del relativismo cultural. Criticar algo sin entenderlo, definitivamente, no da lugar a la evolución o a el cambio. Comprenderlo y fomentar su mejora educando y dando a entender lo que se desea transmitir, ese es el camino.

    David Catalán Sebastiá - Derecho y periodismo

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